Benedicto XVI y Francisco, «los dos papas»
(DW Noticias)
Cuando Joseph Ratzinger renunció al papado, prometió retirarse de la vida pública. Con sus recientes comentarios, ha faltado a su palabra. El modelo de un «expapa» ha fallado, opina Christoph Strack
Joseph Ratzinger, junto a su asesor personal, Georg Gänswein: ¿debería seguir usando el nombre y la vestimenta e insignias papales?
No pocos teólogos de diferentes latitudes, a ambos lados del Atlántico, han reaccionado atónitos ante el último aporte de Joseph Ratzinger. El papa emérito de 92 años ha intervenido en un acalorado debate sobre el que la Iglesia mundial espera un documento de Francisco, el actual papa.
Ratzinger se manifiesta en contra de cualquier ablandamiento de la práctica del celibato sacerdotal. Y no ha mostrado su preocupaciópn al respecto en una conversación privada con su sucesor. No. Ratzinger toma postura en un libro que publica este febrero junto al cardenal ultraconservador Robert Sarah, un crítico constante de cada paso de reforma eclesiástica. La editorial acepta ya pedidos anticipados.
¿Papa dimitido?
La portada del libro muestra claramente una confusión suficiente para dividir (aún más) a la Iglesia Católica. Los nombres de los autores son «Benedicto XVI» y el cardenal Robert Sarah. La foto muestra a Ratzinger con atuendo papal. ¿No había renunciado? Pues sí. Quien habla junto a Sarah es un anciano clérigo con muchos méritos teológicos, que dejó de ser Benedicto XVI el 28 de febrero de 2013. Su color ya no es blanco papal: es el obispo dimitido de Roma.
Hace casi siete años que el papa alemán pronunció su último discurso público para despedirse de los cardenales en el Vaticano: «Entre ustedes está también el futuro papa, al que ya hoy prometo mi incondicional respeto y obediencia», dijo. Finalmente, enfatizó, se convertía en «un simple peregrino que comienza la última etapa de su peregrinación en esta tierra», alejado del mundo y dedicado a la oración.
Christoph Strack, experto de DW en temas eclesiásticos
Ahora bien, que «alejado del mundo» no significa «en silencio» es algo que se sabe desde hace ya mucho. Y entre más tiempo pasa, más evidente se hace que, desde ese retiro de oración, se están moviendo hilos.
En el mejor de los casos, Ratzinger ha sido instrumentalizado por personas cercanas a él, entre quienes se cuenta, entre otros, el arzobispo alemán Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia de la Santa Sede y secretario personal del papa emérito. En el peor de los casos, el nonagenario expapa impulsa conscientemente una corriente contra su sucesor. Cada pocas semanas salen a la luz declaraciones en las que se escucha un claro «Todavía estoy aquí». Ya solo le faltaría twittear.
Con la «cabeza clara»
Así apareció este 6 de enero, en la televisión alemana, un retrato en el que Ratzinger, marcado por la edad pero radiante de felicidad y vistiendo el blanco papal, hablaba al micrófono de un periodista. Sobre él, Gänswein enfatizaba en el material que «Benedicto» tiene una «cabeza clara como el cristal», y solo se siente «ya bastante limitado» en sus fuerzas físicas. Ahora, esa película parece el preludio del paso que vendría después. Su mensaje es, justamente, «cristalino»: a nadie se le ocurra pensar que el anciano está siendo instrumentalizado.
Con su última declaración, Ratzinger aumenta la presión sobre su sucesor. El papa Francisco, que rara vez visita las habitaciones de su predecesor, ocasionalmente hablaba de él, casi diez años mayor, como un abuelo. «Siento la tradición de la Iglesia, y esta tradición no es un objeto de museo», decía Francisco.
Francisco: «Humano, y a veces teológicamente libre»
A los que todavía añoran a un papa del talante de Benedicto (y no son pocos en el centro de la Iglesia) les gusta señalar que Francisco permite que Ratzinger haga declaraciones públicas, que no las ha prohibido. Pero justo ese paso, un veredicto contra su predecesor, sería un festín para aquellos cardenales, obispos y teólogos que cuestionan abiertamente la autoridad del tan humano y a veces teológicamente libre Francisco.
¿Simple peregrino?
El cardenal alemán Walter Brandmüller, claramente más conservador que Francisco y contemporáneo de Ratzingen, a sus 91 años, pero consciente de la singularidad de cada pontífice, abogó ya en 2016 por una definición más clara de un papa renunciado. Esto incluiría el abandono formal del nombre y la renuncia a la vestimenta e insignias papales. Pero a Benedicto y sus asesores les ha faltado esa grandeza, aunque un simple peregrino no necesitaría de ningún atributo especial en su última etapa.
La dinamita ha sido colocada ya en los actuales debates internos de la Iglesia. A finales de octubre –tras tres semanas de deliberación, y con mayoría de dos tercios- el Sínodo Amazónico , seguido con saña por algunos críticos, abogó por posibilitar con estrictos límites la ordenación sacerdotal de hombres mayores casados en el Amazonas. Una salida para que los creyentes puedan experimentar la eucaristía, que es el corazón de la vida católica, más de una vez al año.
Este asunto puede ser decidido por un papa, porque no es un dogma del núcleo de las enseñanzas de la Iglesia. Francisco debe abordarlo en una llamada carta postsinodal. Las señales de que publicaría la carta a fines de 2019 no se cumplieron. Actualmente, solo podemos intentar imaginar las luchas que se libran tras los gruesos muros del Vaticano, y ver cómo inspiran al cine actual.
El modelo de un «expapa» no funciona
Puede ser que Francisco hable antes de que el libro de Ratzinger y Sarah salga a la venta el 20 de febrero, y que la contradicción entre papa y expapa quede en evidencia. O no. Sea como sea, está claro que el modelo de un «expapa» ha fallado. La Iglesia ahonda su crisis. Se nota la falta de reglas para esta renuncia a un poder comparable con el de la monarquía absoluta, sin precedente en los tiempos modernos.
Joseph Ratzinger, cuya dignidad como persona mayor debe ser respetada, hizo un mal servicio para establecer este patrón. La Iglesia Católica es muy importante en tiempos de búsqueda de significado, de dominio del materialismo y el egoísmo. Pero está, al mismo tiempo, amenazada por el escándalo verdaderamente global de abusos y por un clericalismo con manifestaciones cada vez más fuertes desde hace 150 años. Además, ve sacudida ahora su estructura central: la excelsitud singular del sumo pontífice. Benedicto y sus murmuradores son responsables, pero a su sucesor le toca lidiar con esto.