Por: Mauricio Flores *

Imaginémonos la frialdad de un hombre, llevado a los más insospechados extremos, en vísperas con la historia. Una persona común, de nombre aún desconocido, que con su fanática decisión delineó los rumbos del país e incorporó el hecho al anecdotario histórico, vigente durante décadas. Quién mató a Obregón, se preguntaba en el México de los 30, 40, 50…, caaaaállese la boca, era la respuesta.

¿Obregón? Sí. El político mexicano ahora revisitado en Álvaro Obregón. Ranchero, caudillo, empresario y político, libro coordinado por Carlos Silva con textos de Joel Álvarez de la Borda, Javier Garciadiego, Jorge F. Hernández, Carlos Martínez Assad, Álvaro Matute, Jean Meyer, Miguel Ángel Morales, Yves Solis Nicot, Susana Quintanilla. Alejandro Rosas y Pablo Serrano Álvarez.

Obra miscelánea que no se presenta como una “biografía definitiva” sino una manifestación múltiple acerca de la importancia del personaje en la historia contemporánea nacional. “Luces y perspectivas frescas” de quien muriera asesinado a manos de José de León Toral, el 17 de julio de 1928.

Un Obregón necesario para el mexicano de nuestros días, y quien lo refiere como “una calle que lleva su nombre, un gigantesco monumento marmóreo y su mano, que por tantos años fue conservada en formol al interior de la edificación que el gobierno de México erigió en su memoria en 1835, justo en el sitio donde fue ultimado”.

Corresponde aSerrano Álvarez la reconstrucción del magnicidio, en el contexto de su visita a la Ciudad de México, en su calidad de Presidente electo.

“Una semana antes de la llegada del caudillo a la capital —escribe Serrano Álvarez—, José de León Toral, un fanático católico guiado por el ejemplo de los hermanos Pro y las lucubraciones de Concepción Acevedo y de la Llata —La Madre Conchita— en torno a la necesidad de matar al presidente Calles y al presidente electo Obregón para terminar con la persecución religiosa, había decidido convertirse en mártir de la causa católica y asesinar al Rayo de la Guerra”.

Ese martes de julio el caudillo asistiría a una comida en el sur de la capital, “La Bombilla”, donde el menú incluía coctel, entremés a la mexicana, crema portuguesa de tomate, huevos con champiñón, pescado a la veracruzana y pastel “Bombilla”.

Disparar a la cabeza

“La comida transcurría con toda normalidad —reconstruye el autor—. Ricardo Topete fue el único que desconfió del dibujante [De León Toral]. Llamó a uno de los agentes para preguntarle quién era el que estaba sentado dibujando al caudillo. Toral se dio cuenta de la desconfianza de Topete, se paró y caminó a la mesa de honor. Se dirigió al diputado preguntándole cuál le parecía mejor de los bocetos que había hecho. Enseguida se acercó a [Aarón] Sáenz para enseñarle el boceto del mismo y del general, a lo que Sáenz respondió que luego lo viera para quedarse con ellos”.

“Enseguida, Toral se acercó al caudillo para mostrarle el dibujo —abunda Serrano Álvarez—. El general movió la cabeza para ver los dibujos, en ese momento, Toral sostuvo con la mano izquierda el cuaderno y con la derecha sacó la pistola para disparar a la cabeza el primer disparo a cinco centímetros, luego fueron cuatro disparos más sobre espalda y otra más en el muñón derecho. En total seis disparos. Eran las 14:20 horas, justo en el momento en el que se servían los postres “Bombilla”, que eran del gusto del caudillo. Mientras, se escuchaba la canción del “Limoncito”, confundiéndose el sonido de los disparos con los toques de la orquesta”.

“Obregón inclinó la cabeza hacia adelante y hacia la izquierda, se flexionó sobre la silla, dio con la cabeza sobre la mesa, luego cayó al suelo lastimándose la frente. Sáenz alargó los brazos, tratando de atrapar el cuerpo del caudillo si lograrlo. La confusión se apoderó de los personajes en la mesa de honor”.

Concluye Serrano Álvarez:

“José de León Toral y la Madre Conchita fueron juzgados durante los próximos meses. Hubo muchos involucrados, exculpados, alegatos, amparos y testigos. El escándalo en la opinión pública continuó durante el tiempo en que se celebraron las audiencias, sobre todo, en el juicio popular que se celebró en San Ángel, cuyo resultado fue la sentencia de pena de muerte para Toral y la pena de veinte años a la Madre Conchita”.

“El sábado 9 de febrero de 1929, José de León Toral fue ejecutado por un pelotón en la Penitenciaría de Lecumberri. De inmediato se hizo mártir de la causa católica, como lo corroboraron sus funerales. Fue sepultado en el Panteón Español, pasando a la historia como un hombre fanático, diminuto, delgado, oscuro, tembloroso y arrepentido, que había apagado la vida del “Rayo de la guerra”, el “estadista” por antonomasia de la revolución vencedora”.

Álvaro Obregón. Ranchero, caudillo, empresario y político, Carlos Silva, coordinador, Cal y Arena, México, 2020, 294 pp.

* @mauflos