Por: Mauricio Flores *
Que la geografía zacatecana es germen de artistas plásticos, lo comprueba el bello libro de (también zacatecana) Jánea Estrada Lazarín, Una bizarra melancolía, donde al recordar la obra de excepción de un importante número de perfiles creativos nos entrega igualmente un itinerario por la historia social artística del lugar.
Algo deberá latir por aquellos rumbos, cielos azules y profundos, que su historia cultural se asiste de grandes nombres y obras..
Julio Ruelas, Francisco Goitia, Pedro Coronel, Manuel Felguérez, Ismael Guardado, Alejandro Nava, Alfonso López y muchos otros que desde la originalidad de sus paletas han cortejado en la genialidad y obtenido la aprobación general.
En una “constante zozobra” también, sostiene Estrada Lazarín.
Cómo compendiar en una investigación la diversidad de expresiones, tiempos y espacios, muchas de ellas rúbrica de lo trascendido a estadios mayores, preguntará el lector. De qué manera emparentar impresionismo con abstraccionismo.
Pues escudriñando en la multiplicidad de las relaciones sociales que fueron origen de un arte plástico que prontamente obtuvo el sello de tradición, anota la autora. De ahí la nota del holandés Johan Huizinga, quien subrayó la importancia del encuentro y la descripción de pensamientos y sentimientos y sus vínculos con la obra artística.
De título lopezvelardiano (imposible olvidar al poeta abordando tradición y arte, y de quien se conmemorará el próximo año el centenario de su fallecimiento) Una bizarra melancolía reconoce lo hasta ahora evidente acerca de esta tradición plástica zacatecana.
Además de ponderar en ésta “rasgos distintivos”. A saber, “su paleta de colores, sus temas, sus formas de producción en soledad (que) remiten a ese sentimiento profundo que va más allá de la tristeza, un estado de ánimo que puede incluso relacionarse por esa eterna pasión por el retorno de nuestros artistas migrantes”.
Y es que la melancolía, anota Estrada Lazarín, “no sólo se refiere, en este caso, a un estado anímico cogitabundo crónico sino a esa manera de que tienen los artistas de acercarse a la genialidad, a una constante zozobra lopezvelardiana e incluso por momentos a la locura”.
Estudiosa de la cultura, la autora apoya su aportación en lo antes publicado por historiadores del arte como Teresa del Conde, Antonio Luna Arroyo, Carlos Monsiváis, Xavier Moyssén, Alberto Ruy Sánchez y más. Anota además el papel que ciertos llamados mecenas del arte jugaron en el impulso de los artistas, en la difusión de la obra e, incluso, en la conformación de espacios permanentes para su apreciación.
Tajada de vastedad
Podría mirarse como un azar, afortunado en sí, lo cierto es que este libro llega al lector en los mejores momentos para regocijarse con esta tajada de la vastedad plástica de nuestro México social, a escasas semanas del fallecimiento de Manuel Felguérez, de quien la autora incluye fragmentos de la entrevista que le hiciera hace dos años. “Lo que siempre me propongo”, dice, “es hacer algo que me guste y me emocioné a mí mismo. No dejo pasar lo que no me place estéticamente hablando”.
“Sé, que si hubiera repetido lo que empecé haciendo, pues no existiría como artista, sería un artesano que pinta. Siempre he pensado que el arte es creación, esta idea está al centro: si es creación es invención; tiene que haber un esfuerzo de inventar algo, de que exista algo que no existía, no de repetir lo que uno ya encontró”.
(Año de pandemia, este 2020 tendría que haber sido el de la conmemoración de los 150 años del nacimiento de Julio Ruelas, acompañada de la declaratoria del Año Ruelas por parte de la Legislatura de la entidad.)
“¿Visitan la tumba de Julio Ruelas los artistas mexicanos que vienen a París?”, preguntaba José Juan Tablada hacia 1923. “No sé, nunca hay flores sobre ella”, respondía. “Los cinceles de la lluvia han patinado el mármol, dándole obra esa última mano que es la obra del tiempo. La humedad manchó realísticamente el regazo de la musa desesperada sobre la losa del tombal, y untó en su paleta simulacro de colores”.
“La yedra completó el adorno de la tumba vertiendo sobre ella su inquieto esmalte. Ya no puede leerse la inscripción de la estela, oculta por las hojas devoradoras. Pero es la más bella tumba de toda la Ciudad Reposo”.
“Ruelas no regresó nunca a Zacatecas”, informa Estrada Lazarín. No hay ni siquiera mención alguna acerca de su muerte en la prensa local de aquel año. En la ciudad que lo vio nacer Ruelas sería reconocido hasta la segunda mitad del siglo XX.
Como también en Una bizarra melancolía, (libro que con la mirada sensible y amorosa de la autora nos invita al encuentro con la plástica zacatecana) que incluye un Dossier con obra de los estudiados y una muy atinada Cronología.
Jánea Estrada Lazarín, Una bizarra melancolía. La tradición plástica en Zacatecas, Texere, México, 2020, 430 pp.
* @mauflos