Por: Mauricio Flores *
Lo acontecido hace quinientos años en Tenochtitlan, así llamado entonces el territorio que todavía habitamos los ahora mexicanos, fue algo más que ese punto de inflexión que determina toda historia.
Más que una fecha, fatídico martes 13 cuando un reducido ejército (técnicamente superior) vence a su adversario (numéricamente mayor), a la que habrá que sumar un importante número de consideraciones.
¿Cuáles?
Responde Pedro Salmerón Sanginés en La batalla por Tenochtitlan, recientemente aparecido bajo el sello del Fondo de Cultura Económica: las epidemias, la evangelización, la minería de plata, el paulatino ingreso de las sociedades de estas tierras a las dinámicas capitalistas y sus formas de explotación y discriminación, entre más.
Con lo que la idea de conquista habrá de dar paso a la de irrupción (española), dejando a un lado los innumerables cuentos acerca de la derrota de la Triple Alianza y el triunfo de aquellos hombres encabezados por Hernán Cortés, el “capitán extremeño”.
Esta es la médula del libro de Salmerón Sanginés (1971). Un objetivo y documentado recorrido por lo acontecido entre 1519 y 1521 en nuestro territorio, y que va de los presagios funestos de la llegada de los españoles a Anáhuac hasta el reconocimiento de la resistencia de los pueblos y culturas originarias, cinco siglos después.
Escrito con la colaboración de Edna López Sáenz, La batalla por Tenochtitlan revisa la historia tradicional acerca del acontecimiento, dominada por su acompañamiento del proyecto nacionalista del estado liberal mexicano del siglo XIX, además de fuentes y autores canónicos y multicitados a lo largo de cinco siglos.
Surgidas del entendimiento de la historia como materia viva, puesta al servicio del presente, son estas las contribuciones de mayor importancia al objeto de estudio a las que el lector accede aquí, sin el farrago del academicismo, tanto como al otro gran eje del libro: describirnos la batalla por Tenochtitlan.
Otro gran acierto narrativo de Salmerón Sanginés, también reconocido por sus investigaciones acerca de la Revolución mexicana del 10-17, es el detalle de los acontecimientos del lejano trienio, casi siempre recordados en el marco de la oficialidad.
De ese gran listado de hechos, La batalla por Tenochtitlan nos refresca cuestiones entre olvidas y confundidas:
Que si bien imperaba el mito del retorno de Quetzalcóatl, los pueblos y las naciones mesoamericanas estaban separadas por profundas enemistades.
Que la empresa del militar español habría estado solo motivada por sus problemas en Cuba, ahí declarado rebelde.
Que la matanza del Templo Mayor, meses antes de la batalla por Tenochtitlan, no debilitó al conjunto de fuerza de la Triple Alianza.
Que todos los enfrentamientos militares se dieron siempre en una metrópoli acuática, “un espejo de agua de poca profundidad”, por ello la importancia militar del uso de los bergantines.
Que los más férreos opositores a la embestida española-aliada fueron los tlatelolcas, y entre ellos “un número creciente de mujeres”.
Que fueron hambre, enfermedad y miseria los elementos que permitieron a Cortés replegar a los habitantes y líderes del lugar invadido.
Que cinco días antes del martes 13, data clave para historiadores, la viruela recrudeció entre los habitantes de la ciudad.
Terminaría así, cruentamente, la batalla por Tenochtitlan, que no la guerra hispano-mesoamericana ni tampoco la pretendida conquista.
Los pueblos y las culturas mesoamericanas no serían conquistados el 13 de agosto de 1521, refiere el autor deLa batalla por Tenochtitlan. Sus voluntades y resistencias reaparecerían tiempos después, con las destrucciones del orden colonial y la de la dictadura y el latifundio.
“Gracias a la resistencia de esos mismos pueblos quizá estemos maduros ya para entender a México como un Estado multinacional, pluricultural”, concluye Salmerón Sanginés.“No los veo, no nos veo, ni vencidos ni conquistados”.
Pedro Salmerón Sanginés, La batalla por Tenochtitlan, FCE, México, 2021, 342 pp.
* @mauflos