Bienal Vargas Llosa: Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez, registro de una causa enorme

Por: Mauricio Flores *

Juan Gabriel Vásquez (1973), escritor bogotano, ha publicado un libro de gran utilidad para el entendimiento cabal de los movimientos revolucionarios de nuestra América Latina. Una novela de no ficción, comenzaríamos por anotar, que detalla y extiende las vidas de los integrantes de una familia española-colombiana, y que va de su irrupción en la Guerra Civil española, pasa por el Exilio, la Revolución Cultural china y el Movimiento Guerrillero colombiano para desembocar en un nostálgico presente. “Toda una generación —leemos en Volver la vista atrás—, toda una generación de latinoamericanos cuya vida quedó empeñada en una causa enorme”. Novela que obtuvo la cuarta versión del Premio Bienal Vargas Llosa.

Uno. Novela nostálgica (de entrada tenemos con su título, tomado de un verso del poeta español Antonio Machado, a quien autor y muchísimos pequeños descubrimos en la voz del catalán Joan Manuel Serrat) Volver la vistaatrás cuenta las anudadas vidas del cineasta colombiano Sergio Cabrera, su hermana Marianella, y su padre, el dramaturgo Fausto Cabrera quien, junto a su esposa, adentró a la familia completa al movimiento revolucionario, y específicamente a la guerrilla colombiana de influencia maoísta.

Dos. Personajes reales que transitan por esta novela a partir de la comunicación que le hacen a Sergio, estando en España en un festival cinematográfico dedicado a su obra, acerca de la muerte de su padre. Punto de partida de la gran reconstrucción histórico-filial, narrada por el personaje luego de largas conversaciones con el autor.

Tres. “¿En qué momento llegan unos padres a la convicción de que la revolución puede educar a sus hijos mejor que ellos mismos?”. La novela cuenta la experiencia de los jóvenes hermanos Cabrera en la China de Mao, en una época en la que la revolución china no pasaba por buenos momentos, hecho que no impidió el establecimiento de centros de adiestramiento guerrillero, digamos que para exportación.

Cuatro. Tiempos también del “culto a la personalidad”, tan perjudiciales a las experiencias de ruptura y cambio, en donde no hay posibilidad para la duda. “Duda e incertidumbre eran las peores enemigas del revolucionario”. Sergio y Marianella completarán su instrucción, no sin ciertos señalamientos de “burgueses y privilegiados”, en miras el regreso a su natal Colombia, y su integración al movimiento guerrillero.

Cinco. Ya en Colombia, pronto los hermanos se enfrentarán a los dogmatismos revolucionarios, señalándola (a ella) “de desviación ideológica, de despreciar la vida armada, de estar en contra de China y, por lo tanto, de ser prosoviética, estalinista y simpatizante del ELN. La llamaron contrarrevolucionaria y le recordaron sus orígenes burgueses”. “Primero me fusilan por la espalda y luego me ayudan”, dirá Marianella dese su nueva identidad, la compañera Sol.

Seis. Dos paradas hará Sergio en su itinerario revolucionario. París, donde presenciará el inicio del movimiento de mayo del 68 y sabrá de Louis Malle, cineasta que de alguna manera marcó el rumbo de su vida profesional ulterior. México, cuando “ya desencantado”, logra salir de Colombia sin contratiempos e inexplicablemente. “Pero así ocurrió: Sergio se alojó en un hotel de nombre Sevilla, en la calle Bucareli, pasó la tarde viendo libros de segunda en la calle Donceles y en la noche se metió a un cine desastrado donde proyectaban El último tango en París”.

Siete. “A veces los hombres que van juntos a la batalla se detestan más entre ellos que al enemigo común”, escribe Vasili Grossman (citado en Volver la vista atrás). “Por mucho que oteo el mar a lo lejos, yo tampoco veo otra cosa que fango por todas partes (…) estrangulados por el pañuelo rojo que nos pusimos al cuello”, escribe Claudio Magris en Alla cieca.

Ocho. “Las lapidas son novelas concentradas —de nuevo Magris—. O mejor, las novelas son lápidas dilatadas; un verbo —navegó— que se convierte en una crónica minuciosa de tempestades, bonanzas, abordajes, motines”. O como lo piensa Sergio Cabrera, “los recuerdos eran invisibles como la luz, y así como el humo hacía que la luz se viera, debía haber una forma de que fueran visibles los recuerdos, un humo que pudiera usarse para que los recuerdos salieran de su escondite, para poder acomodarlos y fijarlos para siempre”.

Nueve. Mucho de esto representa Volver la vista atrás, una novela que al revisitar los caminos que emprendieron los actores del cambio revolucionario en nuestra región, también lo hace por el sitio de sus emociones.

Diez y final. En palabras del autor: Volver la vista atrás es una obra de ficción, pero no hay en ella episodios imaginarios. Esto no es una paradoja, o no lo ha sido siempre. El Diccionario de construcción y régimen de Rufino José Cuervo, por poner un ejemplo al que le tengo cariño, trae esta acepción en la entrada del verbo fingir. «Modelar, diseñar, dar forma a algo, a) dicho de objetos físicos como escultura y similares, tallar». No es distinto lo que he intentado en estas páginas: el acto de la ficción ha consistido en extraer la figura de esta novela del gigantesco pedazo de montaña que es la experiencia de Sergio Cabrera y su familia, tal como me fue revelada a lo largo de siete años de encuentros y más de treinta horas de conversaciones grabadas (…) Para cuando estalló la pandemia del coronavirus, ya esta novela estaba encontrando su voz y descubriendo su arquitectura. Ahora estoy convencido de que la escritura dio origen y propósito a los días caóticos de la cuarentena, y en más de un sentido me permitió conservar una cierta cordura en medio de aquella vida centrífuga. En otras palabras, ordenar un pasado ajeno fue la manera más eficaz de lidiar con el desorden de mi presente”.

Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás, Alfaguara, México, 2021, 478 pp.

* @mauflos