Por: Mauricio Flores *
Su vocación, la neta, la verdaderamente neta, era pertenecer a un trío de boleros románticos.
Lo dijo en una entrevista a Excélsior, allá por mediados de los setenta, casi en broma y casi en serio, como muchas de las aseveraciones que le recetaba a propios y extraños tanto en una populosa esquina de la gran ciudad como en un auditorio muy pomadoso.
Ya era el referente que sigue siendo.
Un Monsiváis, para entonces, autor de las más célebres crónicas de los acontecimientos verdaderamente importantes del siglo veinte mexicano, herencia que le habría llegado de las plumas decimonónicas. Que también atendió con su ironía a flor de piel.
Herencias que ahora se resguardan en el Museo del Estanquillo, casi un castillo en el que, dicen, hubo una joyería señera y que hace esquina en las calles de Isabel la Católica y Madero, en el mismísimo Centro Histórico de la Ciudad de México, donde hasta el 31 de julio de este año estará abierta la exposición “Monsiváis, el musical”.
Muestra miscelánea conformada con alrededor de 600 piezas entre fotografías, dibujos, grabados, vestuarios, libros, partituras y más, provenientes del acervo monsivaiano y con la colaboración de la Fonoteca Nacional, que tiene a su resguardo “la música” del autor y también algunos coleccionistas privados.
Instalada en dos niveles del museo, la muestra permite al visitante recorrer la formación musical de Monsiváis (1938-2010), en verdad sorprendente no sólo por su abundancia sino por la diversidad de sus giros. El gusto musical de Monsiváis fue de lo más popular a lo clásico, con escalas en el góspel, preferencia desde su infancia debido a su formación religiosa.
Esto se resume en el listado que abre una de las plantas. Alrededor de 5 mil soportes, entre discos compactos y de vinil, cintas, videos… catalogados por género y fecha, también disponibles en la Fonoteca, institución identificada por los herederos como “la ideal” para preservar los haberes del autor de Amor Perdido.
Riqueza testimonial
Hay también en “Monsiváis, el musical” testimonios de personajes y amigos que acompañaron su formación y cercanía con la música. Muchas fotos al lado de sus “preferidos”, como las de Paquita la del Barrio, Chavela Vargas, Lucha Villa y hasta un vestido de María Victoria, utilizado en sus presentaciones en el Teatro Blanquita.
Bien lo advierte en una cédula de la exposición Pável Granados, la literatura alcanzada por Monsiváis es una literatura que suena, y ahora, al recorrer el visitante esta muestra, comprueba además que tras sus gustos musicales había mucho de creación literaria, invención.
Revela además Granados que Monsiváis se sabía “miles de canciones” y era “especialmente afinado”. “Parodiaba, citaba…” y por supuesto que dejó grandes textos sobre “la” música. Lara, Chavela Vargas, Juanga, José Alfredo, Pedro Infante…, todos con una referencia en “Monsiváis, el musical”.
(E imposible ahí, ahora aquí, olvidar el texto “José Alfredo Jiménez. No vengo a pedir lectores (Se repite el disco por mi puritita gana)”, donde leemos: “El llanto como encomienda absuelve y equilibra. El hombre que desarticuló una prédica del machismo y legitimó y promulgó las ‘lágrimas de los muy hombres’ es ya institución perdurable de una colectividad y su memoria recóndita de pérdidas y despojos (con la consiguiente reconstrucción teatral de los hechos). Ojalá que nos vaya bonito…”).
Termina el recorrido por la muestra y el visitante, luego de haber escuchado la famosa “Amor perdido”, María Luisa Landín la voz, al interior de recinto, se podrá volver a encontrar con ella, ahora saliendo sus notas del viejo cilindro a unas cuantas cuadras.
* @mauflos