Waikikí, una novela de boleros, ombliguistas y mucho más
Por Mauricio Flores
Entre el esplendor de las pistas de baile de los años cincuenta –anticipan los editores de Waikikí, novela escrita a cuatro manos por los narradores capitalinos Ana García Bergua (1960) y Alfredo Núñez Lanz (1984)– se esconde un asesino.
Lo que supone una narración de intriga y suspense, de esas que de unos años a la fecha abundan en el canon de nuestra literatura, pero que tiene también diferentes aciertos, como Waikikí.
Uno de ellos, juzgará el lector, la lectora, florecer la noticia del asesinato de la bailarina Suy Muy Key, c. 1951, en una recreación literaria-histórica de aquella época, incorporando al tratamiento ambientes, sitios, costumbres, personajes.
Katmandú, vedete estelar del momento, diosa del Tíbet, amanece muerta un buen día al interior del Waikikí, sitio nocturno con noventa mesas repartidas en dos pisos y que se abarrota a diario.
Muerte que enredará las vidas de varios de las personas de su entorno (personajes en Waikikí), específicamente la de uno de sus callados admiradores, Mario, guarura del lugar, y de Esmeralda, bailarina segundona a su vez enamorada del primero.
La tiple y el sacaborrachos, leemos.
No una historia desconocida, ¿verdad?, sí el escenario que se extiende a lo largo de unas trescientas páginas –como en tonos de sepia y de evocación cinematográfica– que cualquiera consume rápido.
Nada revelaremos aquí de asesino y móvil. Una neblina de misterio envuelve la trágica y terrible muerte que ha sacudido a los asiduos de las ombliguistas, asevera la primera frase que leemos.
Será la misma narración, una voz omnisciente y los cuadernitos que va llenando la misma Esmeralda, de manera alternada, la que nos llevará del conflicto a la resolución.
Al inmoral mundo de los años cincuenta, el querido presidente Alemán a la cabeza, cuando una Ciudad de México, entonces Distrito Federal, ha crecido sin ton ni son en este sexenio y Los Panchos cantan Amor de la calle.
Un México desarrollista, apenas las drogas fuertes comenzaban a entrar –por las luminosas puertas del medio del espectáculo–, que tiene entre sus sitios de obligada mención un prostíbulo, La casa de la Bandida.
El imperio del PRI
El país donde imperaba –aunque Mario y Esmeralda lo ignoren– el partido único, la represión sindical, las elecciones fraudulentas y el tapadismo. Palomino nadaba metiendo su lana en la campaña equivocada.
Sería justo en esa coyuntura –las mismas gentes con distintos disfraces, dándole de trompadas a la pobreza día a día– en la que sería aplacada con violencia la penúltima insurrección al interior del partido del gobierno, la del general Miguel Henríquez Guzmán, nombrado en Waikikí.
(Bajo la consigna de reencauzar la Revolución, el político coahuilense, aliado de personajes como el ex presidente Cárdenas, los generales Francisco Múgica y Marcelino García Barragán y líderes con mucha influencia como Francisco Martínez de la Vega y Rubén Jaramillo, se lanzó de manera independiente a las elecciones presidenciales de 1952. Tras conocerse los resultados de la votación, mayoritaria en favor de Adolfo Ruiz Cortines, se suscitó una represión en contra de los henriquistas y, posteriormente, una férrea persecución. Solo habría una ruptura más al interior del régimen, la encabezada por el ex gobernador michoacano, Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y que lo llevaría a su candidatura y triunfo, no reconocido, en les elecciones presidenciales de ese año).
Las cosas no son perfectas –eso sí lo sabe Esmeralda y casi al final de la narración se lo dice a sí misma–, y siempre hay la inquietud por pagar las consecuencias de haberse metido en tantos problemas. El trabajo nunca consigue su verdadera recompensa; me tengo que acostumbrar, porque si no transo en este negocio, no progresaré.
Así las leyes de ese México de los años cincuenta, ahora novelado por García Bergua y Núñez Lanz en Waikikí.
Ana García Bergua, Alfredo Núñez Lanz, Waikikí, Planeta, México, 2023, 294 pp.
@mauflos