Reeditan novela de Silvia Molina

Por: Mauricio Flores

Debe ser la vida misma la mejor forma de redimensionar la vida.

Pero si de buscar alternativas para su exaltación se trata, ahora que hasta la inteligencia nos la quieren representar con artificios, bien haríamos en acudir a la literatura, un espacio que durante siglos se mantiene cercano y fiel, dispuesto siempre a ser punto de partida de una nueva realidad.

Realidad, imagina o vivida, ¿importa la diferencia?, que va ganando terrenos una vez depositada por sus autores (autoras) en diferentes novelas, cuentos, poesías… y en el insustituible formato libro. Como el de la mexicana Silvia Molina (1946), La mañana debe seguir gris, que al haberse publicado por primera vez hace cuarenta y seis años, nos cuenta y vuelve a contar una bella historia.

La de aquella joven, perteneciente a una familia tradicionalista mexicana, que llega a Londres tras los acontecimientos planetarios de 1968 para encontrarse, hippies por todos lados, con el esplendor de un mundo de colores y nuevas experiencias. Con el amor que parece posible fundar entre una mujer y un hombre y un accidente automovilístico, también.

Ahora sí, nada podrá detenerme, dice la protagonista de La mañana…, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1977, tomada la decisión de dejar su pasado muy atrás: el padre muerto, el no ir a misa, el llanto por los compañeros del 68. Todo para alcanzarlo y así encontrarme, puesto que no puedo borrar los pasos que me unen a ti, ni retrasarlos.

En los tiempos de la curiosidad por todo, la protagonista irá reconociendo nuevos espacios y protagonismos (el Museo Británico, la Galería Nacional; Bergman, Bogart, Fellini, Buñuel) al tiempo que dejará atrás otros (creo que la culpa de todo la tienen las monjas de la escuela: nos infundieron sus malos pensamientos, sus amenazas y temores a Dios).

Conforme la novela avanza, los lectores supondrán el desenlace advertido en la Cronología que abre La mañana…, una síntesis de los maravillosos 60 y la película Krakatoa, al este de Java, las pastillas anticonceptivas, una faena de Manolo Martínez, la muerte de Bertrand Russell, la separación de Los Beatles, aquel eclipse solar.

Pero resulta que también hay personajes con nombre y apellido en esta novela iniciática de Silvia Molina.

De trágico final

El poeta Hugo Gutiérrez Vega asentado en Londres, junto con su esposa. Y por supuesto que José Carlos Becerra, de trágico final en una carretera de Italia por aquellas fechas.

¡Ay, señorita! También dijeron que el señor murió instantáneamente, en ese sitio, no recuerdo el nombre.

No puede ser, oyó mal, Esperanza. Ya me hubiera avisado la señora Lucinda, ¡nadie me ha dicho nada!

No le vaya a decir a su tía que yo se lo conté. El joven ese, que Dios lo tenga en su gloria, ha muerto, y lo decían muy tristes… El problema es llevar su cuerpo a México porque…

José Carlos Becerra, ¡José Carlos Becerra! ¡JOSÉ CARLOS! ¡José Carlos Becerra!

¡Señorita! ¡Señorita!

Sí, Esperanza, comprendo. José Carlos ha muerto, ¿verdad? Se murió. Ya lo entendí…

Rescatada para la colección popular del Fondo de Cultura Económica, tal vez la novela más leída en la ulterior obra de Silvia Molina, La mañana debe seguir gris es una exaltación a la vida, manifiesta en los pasos y latidos de su protagonista, a la vez narradora.

Una conmovedora y feliz manera de volver a las postrimerías de aquel 1968, tan dado a la conmemoración mortuoria.

Llamo a la puerta. Tengo la sensación de despojarme de algo, me suelto el cabello como le gusta, duele la lluvia de afuera, me desprendo del desamparo. Aquí estoy. Nada de lo que está y ha estado a mi alrededor me importa, ya no sueño un deseo, soy una posibilidad, lo percibo, lo encarno, lo siento. Voy a un acto repetido por siglos: la entrega

Silvia Molina, La mañana debe seguir gris, FCE, México, 2023, 120 pp.

@mauflos