El humanismo mexicano, un programa para el autoritarismo

De acuerdo al ejecutivo, esta política está sustentada en 5 pilares: 1) distribución equitativa del ingreso; 2) no aceptar el derrotismo; 3) el Estado debe crear las condiciones para el progreso social; 4) revolución de conciencias; y 5) otra forma de ver al poder, sirviendo al pueblo. Si se parte del análisis de esas premisas, hay una falta de contenido, conceptos y propuestas por parte de Morena y el presidente, ya que son frases sin contexto

Por: Sebastián Godínez Rivera

El presidente López Obrador ha querido no solo marcar el debate público a través de la invención del humanismo mexicano, el cual no existe y es una contradicción de principios y teorías. Hablar el humanismo implica hacer un recorrido hasta el siglo XIV cuando filósofos como Dante Alighieri o Alejandro Boccaccio establecieron como centro del pensamiento al ser humano.

Además, se encuentran nexos con el renacimiento cuando las artes y la literatura cobraron relevancia, incluso se entiende como una ruptura con la Edad Media o el Renacentismo. La ciencia cobró relevancia sobre la religión y se estableció al hombre como motor para encontrar respuestas a la realidad, en vez de un Dios. Ahora bien, en el caso específico hablar del humanismo mexicano, no tiene sentido y menos en cómo lo definió el propio presidente.

De acuerdo al ejecutivo, esta política está sustentada en 5 pilares: 1) distribución equitativa del ingreso; 2) no aceptar el derrotismo; 3) el Estado debe crear las condiciones para el progreso social; 4) revolución de conciencias; y 5) otra forma de ver al poder, sirviendo al pueblo. Si se parte del análisis de esas premisas, hay una falta de contenido, conceptos y propuestas por parte de Morena y el presidente, ya que son frases sin contexto.

En la primera, la distribución equitativa de la riqueza es un precepto por el cual siempre ha pugnado la izquierda, es decir, reducir las brechas de desigualdad y llevar hacia el bienestar a la población. El mandatario sostiene que es a través de los programas sociales, que más bien son clientelas electorales y que generan dependencia de la gente hacia la conformidad de recibir dinero del gobierno.

En el segundo pilar es donde comienzan los programas conceptuales y teóricos, ya que no aceptar el derrotismo no dice nada, ni siquiera pertenece a una corriente ideológica o conceptual dentro de la Ciencia Política. Hablar del derrotismo es impulsar la perseverancia dentro del terreno político, quizá se hace referencia a su trayectoria en la cual perseveró hasta alcanzar el poder político tras dos derrotas presidenciales.

Podría entenderse como hacer frente al conformismo del cual el presidente se ha hecho partidario, criticando el aspiracionismo y a la clase media. Sin embargo, es controvertido señalar y atacar a los segundos cuando él fue producto de la persistencia y búsqueda de la silla del águila. Por otro lado, el tercer pilar correspondiente al Estado tiene que ver con la lucha constante contra el neoliberalismo.

El modelo de liberalización económica o neoliberalismo como lo llama el ejecutivo se caracteriza por la desregulación económica, la privatización de empresas y la reducción de la estructura estatal. En su contraparte, López Obrador considera que el Estado debe ser fuerte y proveer las condiciones para que el pueblo, al que él encarna y caracteriza, pueda desarrollarse.

Empero, esta idea se acerca más al antiguo nacionalismo revolucionario del PRI del siglo XX, no es una idea o una abstracción surgida originalmente de su pensamiento, sino que es una propuesta que data desde el modelo de Bretton Woods y el Estado de Bienestar.

A partir de aquí surgen dudas, porque propone un Estado fuerte, pero pretende eliminar los contrapesos constitucionales e instituciones que no se alinean con su proyecto nacional. Podría aseverar que López Obrador quiere una presidencia fuerte con tintes paternalistas, autoritarios y benefactores así como la que existió durante el siglo XX.

Cuando se habla de la revolución de las conciencias, López Obrador ha mencionado que es politizar a la gente, hacer frente a la derecha o el conservadurismo y generar debate. La propuesta suena interesante, sin embargo, también cuenta con un vacío ideológico y conceptual, ya que en democracia esto genera disenso y expande el panorama. En el modelo del humanismo mexicano se entendería como el seguimiento al pensamiento del líder máximo, la cual polariza y divide.

Impulsar el lenguaje oficial que es agresivo contra quienes piensan diferente; cuando se busca contraponer ideas entonces se insulta y acusa de traidores, antipueblo, corruptos, pasquines etc. El debate debe girar en torno a una sola visión de país. Este modelo es adoptado por los regímenes autoritarios clásicos como la Unión Soviética, Nicaragua o Cuba. En los nuevos tiempos de erosión democrática, los líderes de naciones como Turquía, Rusia, China o India apuestan por la división y es a este punto donde nos ha llevado López Obrador.

Finalmente, el quinto punto es uno de los más ambiguos y más preocupantes para las democracias, puesto que se habla de que el poder debe servir al pueblo, lo que en los hechos no suena mal. Empero, volvemos a que el pueblo es caracterizado y reconocido por un líder al que apoyan, pero el antipueblo es quien cuestiona o discrepa del programa oficial.

Asimismo, el pueblo es una masa que respalda y aplaude las acciones del líder, sus embates contra la división de poderes, la destrucción institucional y los comportamientos que se alejan de la democracia liberal. Este sector es bueno y sabio cuando opta por el oficialismo, su retórica y su agenda; cuando se aplaude y respalda un discurso agresivo y antidemocrático en aras de una transformación que en los hechos busca el retroceso.

Un pueblo que aplaude la destrucción institucional y los juicios sumarios sin pruebas, para ellos se ha cambiado la forma de ejercer el poder y se pone a su servicio. Porque así como en las cacerías de brujas en la Edad Media se opta por perseguir y enjuiciar a quienes señalan las deficiencias y las amenazas que representa la actual administración.

Este conjunto de preceptos forma el humanismo mexicano, el proyecto que pretende consolidar a un Estado omnipotente y omnipresente que es encarnado por un presidente autoritario. Respaldar el proyecto es avalar la erosión democrática, la división de poderes y el pluralismo que México ha ido construyendo. Estimados lectores ¿acaso no lo habían notado?… ¿Se quiere un México atrapado en el siglo pasado con un líder autoritario?

Sebastián Godínez Rivera es licenciado en Ciencias Políticas y Sociales. Cursó un diplomado en Periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Fue profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Actualmente, es columnista en Latinoamérica21, Politicx y conductor del programa de radio Café, política y algo más.

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