Pedro Garfias, el olvidado

Por Mauricio Flores

Fue a principios de los setenta, pronto el siglo quedó atrás, que el cantautor español Víctor Manuel descubriera, al menos para su entorno artístico, marcadamente acotado por la represiva dictadura franquista, la obra poética del salmantino Pedro Garfias (1901-1967), raramente no incluido hasta entonces en la llamada Generación del 27.

Garfias, otro más de los transterrados españoles, había llegado a tierras mexicanas justo a bordo del Sinaia (1939), el buque francés que también trasladó a más de un millar de hombres y mujeres que escapaban de las garras del fascismo, la tristeza y esperanza a cuestas, y que aquí recomenzaron un proyecto de vida integrado a la nueva realidad.

Que a Garfias se le haya porfiado su inclusión en esa gran generación poética (García Lorca, Alberti, Hernández, Prados, Altolaguirre, Guillén, Aleixandre, Salinas, et. al.) puede tener umbrales diversos. Tal vez el más señalado haber quedado fuera de una primera antología publicada para entonces por Gerardo Diego, igualmente integrante del grupo.

Así el principio, una especie de olvido, y de manera similar sus reconocimientos posteriores, producto estos de una personalidad complicada que llevó al poeta a ciertos aislamientos y contenciones en su desarrollo, alimentados por, habrá que decirlo, sus excesos y abandonos en su manera de beber.

¿Qué tanto se habrá resarcido el olvido de Garfias?

Juzgarán los especialistas literarios, los lectores (lectoras) de su obra, categorizada como ultraísta, y no extensa y medianamente publicada y en circulación.

Pero si alguien desea descubrir ahora, medio siglo después, tanto su obra como su vida, bien hará en acudir (y disfrutar) la novela que María de Alva (Nuevo León, 1969) acaba de publicar, Un corazón extraviado, recuento total de Garfias, el más desterrado de los artistas del exilio español en México.

Dos voces narrativas sostienen Un corazón… La del propio bardo, el último poeta tabernario, le llamó Max Aub, y la de su autora quien se despoja de cualquier distancia e imparcialidad al momento de declararse aprisionada por cada uno de los claroscuros de Garfias. El resultado, que además incluye la narración del acontecer vital de la propia De Alva, es un grandísimo acierto, veraz y verosímil, identificable como el ejercicio de novelar una piedra. Al olvidado Pedro Garfias.

Si ásperos y escasos han sido los reconocimientos a Garfias (una de las cosas que hacen importante a Monterrey es que Pedro Garfias haya andado por aquí, escribió Gabriel Zaid), esta nueva novela deshace toda atadura para abrazar al poeta salmantino con sus lectores (lectoras).

Por la Alameda

Ataduras que, sin duda, comenzaron a romperse cuando el citado Víctor Manuel escuchó el poema Asturias, en una tertulia del bar El Hórreo de la Ciudad de México, a un costado de la Alameda, a la manera de cualquiera de las muchas anécdotas garfianas recreadas por De Alva.

Que Garfias salió de España hacia Francia; pasó por Londres, arribó a Veracruz; radicó en la gran capital, Monterrey, Guadalajara, Guanajuato… Que logró publicar en estas tierras varios de sus poemas, incluso libros, como el escrito al bordo del Sinaia… Que tuviera cuatro parejas, un puesto de editor; fuera conferencista y anduviera su tiempo como un fantasma… Que nunca perdiera la amistad y cercanía de personalidades como Juan Rejano, otro pilar del exilio y editor de la mejor prensa cultural… Que fuera presa de dolorosos padecimientos y soledades… lo cuenta esta nueva novela.

La novela de Pedro Garfias, quien escribió como epitafio para su tumba: la soledad que uno busca no se llama soledad; soledad es el vacío que a uno le hacen los demás, pero también la de María de Alva, quien desde su corazón algo maltrecho lo imagina:

…echado sobre la barra de algún bar, tomando una cuba libre y escribiendo poemas en servilletas que acababan por mojarse por el agua que escurre de los vasos con hielo. Sus amigos van rescatando aquellas servilletas de papel, las ponen a secar, las cuelgan en el respaldo de una silla, las colocan cerca de algún ventilador o una ventana, las secan al sol sobre una balaustrada.

Quizás escribir poemas en las servilletas de papel de una cantina sea otra forma de vivir el exilio. El exilio es una hoja remojada con unos versos que ya nadie recuerda.

María de Alva, Un corazón extraviado, Harper Collins, México, 2022, 408 pp.

@mauflos