Presidente, por favor ya no hable de democracia ¿Sí?

El ejecutivo desearía que los cuestionamientos de las organizaciones sociales, la clase media, la academia y sectores profesionales se mantuvieran en silencio y no atacaran a su gobierno, como él lo dice. Por otro lado, el presidente se considera el dueño de la calle o con el monopolio de ella para hacer mítines, impulsar reformas o informar sobre su gobierno. Esto es una práctica constante de los presidentes autoritarios en el orbe

Por: Sebastián Godínez Rivera

Desde que se anunció la marcha en defensa de la democracia, el presidente López Obrador la descalificó y esto se profundizó cuando el ex presidente del INE, Lorenzo Córdova, fue anunciado como el único orador. Es sabido que al presidente no le gusta la gente que no concuerda con su proyecto.

El ejecutivo desearía que los cuestionamientos de las organizaciones sociales, la clase media, la academia y sectores profesionales se mantuvieran en silencio y no atacaran a su gobierno, como él lo dice. Por otro lado, el presidente se considera el dueño de la calle o con el monopolio de ella para hacer mítines, impulsar reformas o informar sobre su gobierno. Esto es una práctica constante de los presidentes autoritarios en el orbe.

Por ejemplo, en El Salvador, Nayib Bukele llamó a sus seguidores para presionar a la Asamblea Nacional; en Estados Unidos, Trump hizo que sus simpatizantes ingresaran al Capitolio; en India, Narendra Modi hace que sus seguidores se confronten con la oposición; mientras que en Turquía, Erdogan, llama a la resistencia de sus bases frente a la oposición. Como podemos ver no es un fenómeno nuevo, México pertenece a esta ola de autoritarismo y populismo del mundo, incluso tras la primera marcha en defensa del INE, López Obrador llamó a sus seguidores a una concentración.

El mandatario se considera dueño de las protestas, así como del Zócalo el cual estuvo bardeado desde la semana pasada. Con adjetivos, el presidente critica a quienes hacen uso de la libertad de expresión, así como él lo hizo durante 18 años de campaña. Otros ejercen la libertad investigación y derecho a la información como periodistas preocupados por el devenir del país y de los que se benefició cuando era opositor. Quizá como decía Emiliano Zapata quien se sienta en la silla embrujada de Palacio, se vuelve loco.

Un presidente acorralado en un Palacio que se niega a escuchar las voces preocupadas por la erosión institucional y se molesta por quienes le hacen ver la realidad. Un ejecutivo que cada vez muestra su estirpe autoritaria y hostil hacia la división de poderes para acumular mayor poder. López Obrador fue seducido por el poder y en vez de construir decidió lastimar la democracia y deformar su significado.

Hablar de democracia es garantizar la libertad de expresión, el disenso y los cuestionamientos, tolerar las protestas pacíficas y mantener la división de poderes, así como la institucionalidad. El concepto de democracia no puede reducirse a la etimología de la palabra, poder del pueblo, como le gusta al Presidente. Repetir lo que decían los griegos es desconocer los tiempos modernos y malear la definición. Quizá López Obrador debería reconocer que prefiere la demagogia, forma de gobierno que era la peor para Grecia ya que despertaba las pasiones de la gente.

Todas las mañanas desde hace 5 años se habla de una democracia deformada, donde el pueblo manda, pero ese pueblo es caracterizado por el presidente y se distingue porque solo los que le siguen fielmente son parte de él. El populismo y los líderes carismáticos se consideran la encarnación de las masas que les respaldan, mientras que quienes cuestionan no son más que golpistas, corruptos, ladinos, aspiracionistas o sirven a intereses en contra de sus simpatizantes.

El gobierno de la 4T ha despertado los peores temores de la democracia mexicana, puesto que como un dictador bananero, líderes de los países centroamericanos que vivían bajo el yugo de la United Fruit Company, intentó destruir la institucionalidad y militarizó México. Inclusive un retrato de López Obrador sería la novela de Jorge Ibanguergoytia Maten al León, en la que un tirano del Caribe es el centro del sistema político. Por otro lado, rodeado de militares él toma decisiones, cuando en campaña declaró que volverían a sus cuarteles.

Sin embargo, defiende su estrategia diciendo que los uniformados verde olivo son los pilares de la democracia, pero solo han visto crecer su poder ¿eso es democrático?. Desde temprano denostar periodistas, clase media y academia que cuestionan su actuar e iniciar juicios sumarios porque no le gusta la crítica ¿qué tan democrático es?. Imponer una sola visión de país y violar las leyes en pos de la justicia, porque el Poder Judicial está podrido, ¿es democracia?.

Amenazar con desaparecer las instituciones que son autónomas y funcionan, porque son caras y pertenecen al conservadurismo, ¿es democrático? Intervenir en las elecciones cuando en 2006 él mismo señaló la inequidad de la contienda, pero ahora puede intervenir y se llama, derecho de réplica ¿es de demócratas? Acusar a la máxima casa de estudios, a sus estudiantes y profesores de neoliberales y conservadores ¿es sinónimo de pluralidad? .

Las preguntas y acciones brotan por montones, porque desde Palacio Nacional se habla de una supuesta democracia que no existe. Incluso como un egresado de Ciencia Política el presidente carece de los elementos básicos para definir el concepto, pero ha logrado degradar el concepto. Como político, el ejecutivo carece de la sensibilidad de un demócrata y cuenta con la sagacidad e inteligencia de un autócrata que busca acumular poder.

El texto sólo puede terminar de esta forma, presidente, por favor ya no hable de democracia ¿Sí?

Sebastián Godínez Rivera es licenciado en Ciencias Políticas y Sociales. Cursó un diplomado en Periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Fue profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Actualmente, es columnista en Latinoamérica21, Politicx y conductor del programa de radio Café, política y algo más.

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